DOMINGO MELERO RUIZ



Nacido en 1948, casado en 1977 y con dos hijos ya adultos. — Profesor de lengua y literatura castellana hasta 2008; jubilado felizmente tras veintidós años de docencia en Institutos de Enseñanza Secundaria de Amposta, Reus, Coslada y San Sebastián de los Reyes. — Anteriormente, trabajó ocho años como carpintero en el barrio de Gracia de Barcelona y en el barrio de Bonavista de Tarragona; luego, tras un accidente laboral, trabajó ocho años como cartero (oficial de clasificación y reparto) en Tarragona. — En ambos oficios tuvo muy buenos maestros, como Cinto Gimó, el tío José, Manuel Díaz o Joan Borrás. — Fue representante sindical del CSUT en Correos; miembro de una candidatura ciudadana de Tarragona en los primeros años 80; y formó parte, durante quince años, del movimiento socialista y autogestionario del Topo Obrero, en cuya revista colaboró con gusto.

Trabajando de cartero, hizo la licenciatura en filología hispánica, que terminó con una tesina sobre los Proverbios y Cantares de A. Machado, autor de cabecera cuya obra, en verso y en prosa, sigue descubriendo. — Su formación lingüística proviene, sobre todo, del estudio de F. de Saussure, É. Benvéniste, E. Coseriu, K. Bühler, R. S. Ferlosio, A. Gª Calvo y M. Corbí, autores a los que aún relee aunque no tanto como quisiera, por falta de tiempo. Trabajando de carpintero, estudió cuatro de los cinco cursos de lo que ahora sería una licenciatura en teología y entonces era un bachillerato; fue el único título académico que obtuvo, junto con el de oficial de ebanistería y carpintería, mientras estuvo dentro de la orden de los jesuitas, de la que salió en 1976, tras diez años de vivir en ella con interés e intensidad.

En el ámbito de un «cristianismo socrático» (esto es, de una reflexión sobre lo humano y lo divino inspirada en la figura de Jesús de Nazaret), tres libros han sido fundamentales para él desde su juventud: La esencia de la verdad, de H. Urs von Balthasar, la Obra filosófica del Dr. J. Bofill y los Pensamientos de B. Pascal, a los que con gusto añade otros tres: la Autobiografía y los Exercicios de san Ignacio y el Quijote de Cervantes, herencia de su padre.

La tradición en la que se sitúa no es, sin embargo, cosa de libros sino de encuentros y de la vida misma. Así, las tres personas que le pasaron tres de las lecturas anteriores; así, algunas amistades del tiempo del bachillerato y de la universidad; así, la experiencia por dos veces del mes de Ejercicios en su juventud; así, la amistad con algunos exjesuitas y jesuitas; así, lo aprendido en los barrios periféricos, el trabajo manual y la militancia obrera; y así, sobre todo, el hallazgo y el trato con la obra y la persona de Marcel Légaut, junto con la gente que ha ido conociendo a raíz de este conocimiento.

Gracias a Légaut, descubrió, además, a su mentor, el abate Portal, y profundizó en la época del así llamado «modernismo» dentro del catolicismo de comienzos del siglo XX, cuya represión e incompresión por parte de Roma fue lamentable. Légaut, Portal y las grandes figuras de aquel tiempo (como Loisy, Bremond, Laberthonnière, Blondel, Tyrrell, Birot y Venard entre otros) le han enseñado a comprender al «maestro del evangelio» en relación con el Israel de su tiempo, y a comprender que, como él, cualquier persona acaba por encontrar el sentido de su vida en medio de las aguas de su tradición acumulativa.

Los primeros años del siglo XX fueron los años de la separación de Iglesia y Estado en Francia. Conocer esta situación, así como la historia de las iglesias durante los últimos siglos en Europa y fuera de ella, le ayuda a calibrar la gravedad de la enfermedad fundamental del catolicismo de su país (premoderno, de cristiandad, clerical, contrario por talante al principio de «libertad de conciencia» y proclive a enfrentamientos ideológicos) y, además, le ayuda a comprender su situación y la de muchos en medio del cristianismo occidental; situación un tanto «en exilio» y «en diáspora», por la que algunos se han autodefinido –caso de querer hacerlo– como «criptocatólicos», «católicos erasmistas», «católicos conversos» o simplemente «heterodoxos» según aquello de Loisy de que «la ortodoxia es la quimera de la gente que nunca ha pensado». La Minuta de un testamento, de Gumersindo de Azcárate, encontrada entre los libros de su abuelo materno, y Los Cementerios civiles en España, de J. Jiménez Lozano (así como su Meditación sobre la libertad religiosa), le descubrieron, junto con alguna otra lectura de A. Castro, J. Caro Baroja y G. Brenan, una tradición hispana con cuya orientación simpatiza.

Desde hace unos treinta años, participa en la Asociación Marcel Légaut, de la que es presidente, así como en la publicación de los Cuadernos de la diáspora y ahora de los Boletines de la Diáspora, en la traducción al castellano de los libros de Légaut y en los encuentros, grupos, seminarios y relaciones que van surgiendo. Al acercarse a la edad de 70 años, con el apoyo y la ayuda del grupo que mantiene la Asociación, ha ido preparando esta web donde quiere alojar sus escritos para dejarlos, revisados y ordenados, a la espera de que alguien los encuentre y los lea y, si le place, le envíe a él algún eco o algún comentario.