¿Por qué «Suma de poquedades» y por qué esta web? Ambas preguntas van juntas. Si hemos mantenido los derechos de este dominio desde 2011 es para poder dejar, en estos estantes virtuales, y gracias a la ayuda y apoyo de algunos amigos, la colección de nuestros estudios y reflexiones.
Pero lo de “Suma de poquedades” viene de lejos. Ya en 1994, propusimos que una de las secciones de los Cuadernos de la Diáspora llevase este título. Pero esto fue porque veinte años antes, en 1974, leímos unas líneas de José Lezama Lima que nos parecieron expresar lo que queríamos vivir. Luego, en 1994, nos pareció que expresaban, además, lo que otros podían hacer.
« ... Yo creo que es la forma de trabajar que corresponde a mi tradición, que es lo que pudiéramos llamar una «suma de poquedades». Estoy convencido de que los grandes proyectos de trabajo, entre nosotros, los de raíz hispánica, van siempre al fracaso, y lo que perdura es ese poquito que podemos hacer todos los días o algunos días. Lo que yo llamo, en una frase reverencial: «la suma de poquedades». Gracias a una continuidad discontinua he podido ir trabajando. A una continuidad que se alejaba y se separaba, pero que después volvía y unía sus fragmentos. No crea usted nunca en esos grandes proyectos, en esa gente que le dice que van a esperar a tener ochenta años para escribir sus «memorias». Lo que queda es esa pequeña cosa que vamos haciendo año tras año, momento tras momento, etapa tras etapa de nuestra vida. » (1)
También en los primeros años 70, un fragmento de Miguel de Cervantes, de su prólogo de La Galatea, confirmó nuestra respuesta a un amigo. Él nos animaba, ya entonces, no sólo a escribir sino a publicar pero nos resistimos porque aún no era el momento aunque, sin embargo, sabíamos que, al final, el momento llegaría. Éste llegó en 1990, a raíz de la muerte de Marcel Légaut porque había que decir algo. Desde entonces, en según qué circunstancias, es cuando hemos publicado. Pero escuchemos lo que dice Cervantes:
« ... Mas son tan ordinarias y tan diferentes las humanas dificultades, y tan varios los fines y las acciones, que unos, con deseo de gloria, se aventuran; otros, con temor de infamia, no se atreven a publicar lo que, una vez descubierto, ha de sufrir el juicio del vulgo, peligroso y casi siempre engañado. Yo, no porque tenga razón para ser confiado, he dado muestras de atrevido en la publicación de este libro sino porque no sabría determinarme, destos dos inconvenientes, cuál sea el mayor: o el de quien con ligereza, deseando comunicar el talento que del cielo ha recibido, temprano se aventura a ofrecer los frutos de su ingenio a su patria y amigos, o el que, de puro escrupuloso, perezoso y tardío, jamás acabando de contentarse de lo que hace y entiende, tiniendo sólo por acertado lo que no alcanza, nunca se determina a descubrir y comunicar sus escritos. De manera que, así como la osadía y confianza del uno podría condenarse por la licencia demasiada, que con seguridad se concede, asimesmo el recelo y la tardanza del otro es viciosa, pues tarde o nunca aprovecha con el fruto de su ingenio y estudio a los que esperan y desean ayudas y ejemplos semejantes para pasar adelante en sus ejercicios... »
Ambos fragmentos nos han acompañado desde entonces y nos han recordado lo que ha sido una especie de ideal, el sueño de un camino. Pero lo han hecho junto con otro fragmento del Dr. Jaume Bofill, a quien habíamos empezado a leer antes, a finales de los 60, tal como contamos en otro sitio de esta web. Dice Bofill:
«Me parece recordar que es Jean Hyppolite quien, teniendo que presentar resumidamente el afán y el espíritu de la filosofía de Hegel, lo hace diciendo que es la identidad entre el pensamiento espontáneo y el pensamiento reflejo. No sé si es exactamente esto lo que un eximio escritor castellano tildó de "pedantería". Si así fuese, y si la palabra tuviese en su boca un sentido despectivo, no le haríamos demasiado caso: lo consideraríamos una boutade, una de tantas a las que nos tiene acostumbrados. Y pensaríamos cómo el genio es tentación constante para la ironía.
Porque reconozcámoslo: si existe una expresión genial de las aspiraciones constitutivas del pensamiento, de la vida mental, es, ciertamente esta frase, capaz por sí sola de poner en marcha una filosofía.
Que todo el frescor, la ingenuidad, la maravilla de lo no aprendido, de aquello que ocurre por primera vez, llegue a coincidir sin violencia, a fundirse en identidad perfecta con la contención, con la responsabilidad del propio lenguaje; que la libertad como sinceridad sea una sola cosa con la libertad como autodominio; que la amplitud ilimitada de un proyecto o sueño juvenil sea a la vez la decantación de una vida llena de experiencias: he aquí lo que sería una madurez espiritual que totalizaría, en posesión simultánea y perfecta –como la "eternidad" de Boecio–, una vida; captando y conservando, de cada uno de sus momentos, desde la infancia a la vejez, su mejor ofrenda». (2)
Este triángulo de palabras (suma de poquedades; indecisión, espera y publicación; y conjunción entre sinceridad y autodominio) centró un tipo de vida intelectual y personal (o espiritual), vivida “en medio de las mesmas vivas aguas de la vida”, en plena vida común. La conversación, la lectura y la traducción, más el estudio y la escritura han sido las vías de una búsqueda de conocimiento y de expresión que completa la experiencia y la conciencia. Por eso, en 1994, acompañamos los fragmentos de Lezama y de Cervantes con un comentario que también viene a cuento ahora:
Hay dos reflexiones que animan especialmente a escribir. Una es de Cervantes y otra de Lezama Lima. La de Cervantes disuelve y purifica los reparos y temores de la intención. La de Lezama hace lo mismo con los engaños de los proyectos excesivos del ideal. Tras leerlas, se disipan los reparos que nos disuaden de escribir y de publicar. Entonces, queda limpia esta idea: la expresión no es algo añadido a la experiencia y a la conciencia. Sin la expresión, la experiencia y la conciencia no son lo completas que pudieran ser. “La pluma es la lengua del alma”, como dijo Don Miguel. El alma crece cuando se comunica a través de la ascética de la escritura pues ésta nos abre a un hablar verdadero, oral o escrito, que, en el fondo, es meditación, plegaria y testimonio. La ascética de la escritura forma parte del don total que exige la vida personal (o espiritual). Es la parte que corresponde al orden del conocimiento y de la comunicación con uno mismo, con Dios y con los otros. Sólo tras la ascética activa, la escucha y el silencio ya no son por razón de pereza, de confort o de quietismo sino de cumplimiento. En el día del “juicio final”, conforme al conocido relato del Evangelio de Mateo, se nos juzgará no por nuestras creencias sino por nuestras obras que fueron hijas del corazón. Entre ellas están nuestras palabras verdaderas, muchas o pocas, dichas al otro (y a sí mismo, al mundo y a Dios). Por ellas escucharemos un misterioso “a mí me las dijiste” que nos llenará de extrañeza y de asombro, el mismo que, según el relato, tendremos a raíz de otras acciones verdaderas (3).
Con lo dicho creemos haber respondido a la dos preguntas del comienzo.
D. M. R. [2021]
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(1) Ver este párrafo en la p. 61 de «Lezama Lima: “A todos soy deudor”», Triunfo, Año XXIX, n. 604, 27 de abril de 1974, entrevista de Fernando Martínez. También es interesante otro párrafo, también marcado, en la p. 57. Ver Cuaderno de la diáspora n. 4, pp. 101-102. volver
(2) Jaime Bofill, “Una aventura fallida. Glossa a El càntic nou i al seu prefaci”, en Obra filosófica, Barcelona, Ariel, 1967, pág. 189. Ver: Cuadernos de la diáspora n. 5, Valencia, AML, 1996, pág. 65-66. Traducción de Francisco Cuervo-Arango, revisada. volver
(3) Ver: Cuadernos de la Diáspora n. 4, p. 101. Las ideas de este Comentario y del añadido que hemos hecho al final del mismo provienen de: «Plegarias de hombre y Marcel Légaut», en Plegarias de hombre, Madrid, AML 2017, 2ª edición ampliada, p. 100-103. volver